Publicado en Artículos/Estudios / Consejería/Experiencias/Reflexiones/Liderazgo / — Carlos Mason / 2014-12-19 14:19:37 / 7023

¿Vale la Pena Sacrificar la Familia en Búsqueda del éxito?

Con frecuencia dedicamos toda nuestra vida a construir reconocimiento, éxito y solidez económica, pero generalmente a un costo muy alto: Dejar de lado a la familia

Sacrificar la Familia en Búsqueda del éxito

¿Servir a Dios de manera incansable, necesariamente puede hacerse aún a costa de la familia? Esta pregunta quizá pasó por nuestros pensamientos alguna vez. Recuerdo a una bien intencionada mujer que sólo veía a su marido los fines de semana.

Él llegaba al caer la tarde del sábado y se iba al caer la tarde del domingo. No obstante, la hermana en la fe estaba desde primera hora en el culto dominical, servía el almuerzo en casa y a las dos de la tarde se iba con nosotros a predicar en las calles.

“No descuides a tu marido”, le recomendaban otras integrantes de la congregación. La respuesta invariable de ella era bíblica: “Quien sabe hacer lo bueno y no lo hace, le es pecado.” (Santiago 4:17).

El problema es que no pasaron dos años antes que el matrimonio estuviera fracturado. No hubo forma de restablecerlo.

¿Tuvo Dios culpa en el fracaso de la relación? Sin duda que no. Pese a ello, la joven mujer quedó amargada. Se lamentaba de que el Señor no hubiese intervenido oportunamente. “Me habría evitado este dolor”, decía.

Su caso no es el único. Infinidad de líderes cristianos se ven confrontados con una situación similar. Dedican todo el tiempo de mayor productividad a las actividades eclesiales, pero descuidan a su familia.

¿De qué sirven los logros?

Un hombre al que conocí en un funeral se lamentaba por la decisión de su hijo —de 22 años— de suicidarse. El muchacho consumió una sustancia que acabó con su vida. “¿De qué me sirve todo lo que conseguí para heredarle, si Miguel no está con nosotros?” se quejaba.

La situación se tornaba más dramática porque la esposa lo culpaba de dejarlos solos. “Nunca te ocupaste de él”, le recriminaba. El joven era hijo único.

Por supuesto, no es el único caso. Pensar en esa escena debe llevarnos a evaluar cómo estamos nosotros. ¿El trabajo está primero que la familia? ¿Quizá lo es el servicio en la iglesia? A qué le concedemos mayor prelación.

El profeta Moisés encarna la vida de un buen siervo de Dios, pero cuando leemos sobre su vida, encontramos que “tuvieron que llevarle la familia al trabajo”. Esa tarea la cumplió su suegro Jetro.

¿Desea que miremos el pasaje bíblico? Observe cuidadosamente: “Jetro, el suegro de Moisés y sacerdote de Madián, se enteró de todo lo que Dios había hecho por Moisés y por su pueblo, los israelitas; y oyó particularmente cómo el Señor los había sacado de Egipto. Anteriormente, Moisés había enviado a su esposa Séfora y a sus dos hijos de regreso a casa de Jetro, y él los había hospedado. (El primer hijo de Moisés se llamaba Gersón, porque cuando el niño nació, Moisés dijo: «He sido un extranjero en tierra extraña». A su segundo hijo lo llamó Eliezer, porque dijo: «El Dios de mis antepasados me ayudó y me rescató de la espada del faraón»). Así que Jetro, el suegro de Moisés, fue a visitarlo al desierto y llevó consigo a la esposa y a los dos hijos de Moisés. Llegaron cuando Moisés y el pueblo acampaban cerca del monte de Dios. Jetro le había enviado un mensaje a Moisés para avisarle: «Yo, tu suegro, Jetro, vengo a verte, junto con tu esposa y tus dos hijos». Entonces Moisés salió a recibir a su suegro. Se inclinó ante él y le dio un beso. Luego de preguntarse el uno al otro cómo les iba, entraron en la carpa de Moisés.” (Éxodo 18:1-7. NTV)

Es evidente que Dios utilizaba poderosamente a Moisés. Cumplió un papel histórico de suma trascendencia para el pueblo hebreo. Era fiel al Señor y a la misión a la que le llamó el Creador. Pero, ¿qué de la familia?

La esposa –Séfora— y sus dos hijos estaban en la casa de sus padres. ¿Era ése el lugar que les correspondía? Sin duda que no. Y fue el suegro quien los trajo hasta Moisés. Ahora, piense por un instante que se trate hoy de un pastor, líder de iglesia o empleado secular. ¿Su lugar prioritario es el trabajo o con su familia, agotadas las ocho hornas normales de jornada laboral? Es cierto, el ministerio no tiene horario, pero sí debemos poner límites y no descuidar al cónyuge y los hijos.

Viene bien hacer periódicos balances respecto a cómo anda nuestra relación en el hogar, la cantidad y calidad de tiempo que les brindamos a nuestros familiares, especialmente de casa, y aplicar los correctivos a los que haya lugar. Cuando nos decidimos a cambiar, todo el panorama alrededor cambia. Y en ese proceso de transformación, Dios nos ayuda. Nos toma de Su mano poderosa y nos lleva por el camino apropiado.

Retomando el liderazgo familiar

Cuando un hombre o una mujer tienen éxito, su ascenso al poder debe ser evaluado. No dudamos que haya logrado subir cada escalón con mucho esfuerzo, pero también, es probable que conforme iba ascendiendo, comenzó a sacrificar tiempo de calidad con su familia, tiempo para el sano esparcimiento, tiempo con los amigos y tiempo con Dios.

Llegar a la cima demanda inspiración y transpiración, y en ocasiones, la transpiración implica olvidarnos de vivir, renunciar a lo más valioso: nuestro cónyuge, nuestros hijos y nuestras amistades.

Cuando su suegro le llevó al desierto a la esposa y los dos hijos, en la escena que relata el libro del Éxodo, capítulo 18, leemos que Moisés llamó a Jetro aparte y con el entusiasmo propio de quien ha triunfado, le contó cómo le había ido en los últimos años, la forma sobrenatural como el Señor se había manifestado y los planes que tenía. No hizo mención de su familia, pero ¡estaba contento de cumplir con la misión!

Parte 1 Parte 2

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