Publicado en Artículos / Sermones / — Carlos / 2013-11-07 17:56:29 / 16706

La Sal de la Tierra

(2: Continuación)

Esa sal ha sido puesta por Dios en vasijas nuevas, cada uno de nosotros somos nuevas criaturas, y la pureza conque vivamos en esta nueva vida, es lo que permitirá llevar sanidad a los necesitados; a los que viven sin Dios y sin esperanza, a los marginados, a los pobres, a los enfermos, a los pecadores, a los corruptos, a los que andan en caminos de perdición, a los que viven como aguas malas. Y Dios ha escogido nuestras vidas para que seamos la sal que los sanará. Usted y yo estamos en la tierra para sazonar y preservar. Es bueno preguntarnos: qué es lo que debemos preservar?. Ante todo debemos preservar de corrupción nuestro propio corazón, así nunca más “ninguna palabra corrompida saldrá de nuestra boca”. Luego esa misma sal es al que dará el sabor de vivir una vida que sea un “sacrificio santo y agradable a Dios”. Esa será la sal que servirá para que los pecadores gusten del sabor de la pureza de la santidad, y entreguen sus vidas al Señor.

En Números 18:19 dice: “Todas las cosas elevadas de las cosas santas, que los hijos de Israel ofrecieron a Jehová, las he dado para ti, y para tus hijos y para tus hijas contigo, por estatuto perpetuo: Pacto de sal perpetuo es delante de Jehová para ti y para tu descendencia contigo”. Este es un pacto irrompible e irrevocable. Este es un pacto de fidelidad, de compromiso, que primero Dios hace con nosotros, y del que nosotros nos ligamos al aceptar Su salvación, y que a su vez nos liga a los unos con los otros en la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo.

Hoy el Señor nos recuerda: “Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere. Con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres” (Mateo 5:13). Si permanecemos leales a Dios, soportando las pruebas y las dificultades de adversidad. Si somos leales al cuerpo de Cristo y permanecemos dentro del pacto que Jesucristo hizo en su sangre por nosotros; entonces tendremos la fuerza y la disposición para soportarnos unos a otros en el amor de Dios.

Quiero decirle algo importante, para cuando nos toque estar en medio del fuego de las pruebas. Y es que la sal nunca se disolverá. Porque la sal soporta las más altas temperaturas sin descomponer sus propiedades salutíferas. La base de la unidad del cuerpo de Cristo es la sal; la sal representa nuestra lealtad y fidelidad a Dios y a nuestros hermanos en la fe dentro de la Iglesia. Efesios 4:3 dice que debemos ser “solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”. Es nuestra responsabilidad cuidar, guardar y mantener con celo la unidad del cuerpo, siendo solícitos. Recordemos que Jesús nos dice: “Tened sal en vosotros mismos; y tened paz unos con otros”.

Eliseo primero purificó las aguas con sal, para que luego la tierra madurara en bendición y fertilidad. La sal sana y purifica los corazones, y luego produce fidelidad y lealtad con el Señor y con todos los miembros de Su cuerpo. De esta manera podremos ser la sal de la tierra, para llevar sanidad a todos los que viven dentro, y fuera del reino de Dios. Así la gloria del Señor llenará toda la tierra, porque toda la humanidad será salada!

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