Publicado en Estudios/Artículos / Evangelizar/Experiencias/Reflexiones / — Carlos / 2013-11-25 10:59:52 / 3090

¿Vale la Pena Tanto Esfuerzo?

“¿De qué sirvió tanto esfuerzo? ¿Para qué tantos desvelos? ¿Acaso mi trabajo en la obra deja frutos?” Tres preguntas sin aparente respuesta. Y allí, sentado, gravemente golpeado por la tuberculosis, estaba el misionero evangélico. Treinta años dedicado a predicar el evangelio en poblados de África. Hambres, frustraciones, intolerancia. Y al repasar las hojas amarillentas de su vida como predicador, meditaba que quizá no había valido la pena el desgaste.

Una esposa que murió diez años atrás, porque no tuvo ni el dinero ni la posibilidad de que el médico le brindara atención para la malaria. La organización a la que sirvió por mucho tiempo, se despidió un día cualquiera con un lacónico mensaje: “Esperamos que sus esfuerzos sean prosperados”. Y no volvieron a llegar cartas, ni siquiera con voz de aliento. Se cansó de ir a la oficina postal en espera de una ayuda.

El médico que le atendió aquella vez, horas antes que falleciera el misionero, lo recordó inmediatamente. Aunque muchos años habían transcurrido sobre el rostro y la piel de aquel ministro protestante, el facultativo rememoró a Fred cuando fue de paso a su aldea para hablar de Jesucristo. El hombre que le había retado para que soñara, y que no le recriminó el día que lo sorprendió haciendo dibujos en tanto que él predicaba, un domingo en la mañana. “No tuve oportunidad de darle las gracias” murmuró el doctor mientras hacía seas a la enfermera para que cubriera el cuerpo inerte con una sábana...

¿Vale la pena todo este esfuerzo...?

Esa pregunta la he escuchado muchas veces, en diferentes lugares, en los labios de pastores, líderes, padres de familia cansados de orar por sus hijos sin que éstos se conviertan a Jesucristo... Muchas personas que dicen: Creo que Dios no me escucha. Incluso, Javier, un joven que por más de cuatro años trabajó en la rehabilitación de drogadictos, un día se sinceró con amargura: “Fernando, Dios me dejó solo. Hoy no siento su respaldo, todos me abandonaron”.

No, no es que no haya valido la pena el esfuerzo. Tampoco que Dios nos haya dejado solos. Más bien, que no siempre los hombres o mujeres que sirven al Creador, ven los frutos inmediatamente. El Señor tiene su propio tiempo para obrar y nosotros a veces somos demasiado apresurados.

Adelante, siempre adelante

En momentos así, cuando sentimos desgano y no deseamos seguir el camino, vale la pena recordar las palabras del apóstol Pablo: “Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día. Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento. Así que no nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno” (2 Corintios 4:16-18).

El desánimo es el peor enemigo de quienes aman y sirven a Dios. Imagine por un instante que Noé, doblegado por el desánimo, hubiese dejado de construir el arca o que Moisés, sintiéndose abandonado por el Señor, dejara de guiar a los israelitas para exponerlos a su suerte en el desierto... Una característica de los triunfadores de Dios es que siempre siguieron adelante, por encima de la adversidad y los obstáculos.

Las crisis nos preparan para algo mejor...

Generalmente después de la crisis, si seguimos asidos del Señor, entramos a un nuevo nivel que nos prepara para emprender nuevas misiones. Las dificultades nos forjan, nos hacen crecer, nos llevan a estar listos para enfrentar la más peligrosa tormenta. Recuerdo a Evelina Gutiérrez, una anciana de nuestra congregación: Sólo después de orar 23 años por la conversión de su hijo, vio como el hombre se rindió a los pies de Jesucristo. En circunstancias así toma fuerza lo que escribía Pablo, el apóstol: “Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día. Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento”.

La mirada fija en lo porvenir

Si aspiramos resultados inmediatos, pronto nos cansaremos. Si esperamos en el tiempo de Dios, trabajaremos con la certeza de que en su momento, el Señor se glorificará. Esto me lleva a pensar en Moisés. No entró a la tierra prometida, la vio de lejos. Aunque sintamos desfallecer, jamás debemos olvidar que como lo anotan las Escrituras, vamos caminando a la ciudad celestial. Usted y yo cuando vivimos para Cristo, estamos sembrando para la eternidad. Así no veamos resultados inmediatos, seguimos adelante.

La persona que me compartió por primera vez el evangelio, a quien no volví a ver, jamás imaginaría que el mensaje de Jesucristo a través de su ministerio impactó tanto mi vida que un día decidí ingresar al Seminario Bíblico a recibir preparación para el ministerio. Predicó y predicó pero no vio los frutos que hoy abundan en el humilde pueblecito del que soy oriundo...

¿Le falta algo?

Quizá usted se siente cansado de luchar en muchos aspectos. Muchos de sus proyectos fracasaron y ha pensado renunciar. Es más, siente que en su existencia hay un vacío tremendo. Lo más probable es que no ha aceptado a Jesucristo como su Salvador personal. Le invito para que lo haga, allí, frente al computador. Dígale: “Señor Jesucristo, te necesito. Hasta hoy he vivido sin propósito, pero quiero cambiar. Entra a mi vida y haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Inscríbeme en el libro de la vida”. Amén.

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