Publicado en Estudios / Crecimiento Espiritual / — Carlos / 2013-11-07 17:55:16 / 5874

El Crecimiento Cristiano Se Logra Día a Día

¿Qué sintió? Frustración. Rabia. Impotencia. Cerró el puño, dio un golpe seco contra el escritorio, miró el teléfono por el que minutos antes se había comunicado con su hermano mayor, y suspiró. Hubiera deseado no sostener esa conversación. Tampoco la discusión que siguió al diálogo inicial. Eso fue lo que le hizo sentir mal. Pensaba que era un mal cristiano. Meditó por segundos que su testimonio era el de un fracasado.

--Sin duda la vida práctica de todos puede ser mejor que la mía—razonó.

Todo alrededor seguía igual. Lima a esa hora de la mañana estaba agitada. Más que nunca, a juzgar por el ruido ensordecedor de los vehículos en la avenida. Los murmullos de los transeúntes acrecentaban el agite. El sol brillaba con intensidad. Pero pensaba que era su peor día.

Las cosas no iban bien. Por el contrario, suponía que de mal en peor. Una discusión con su esposa, un cruce de palabras bastante molesto con un compañero de trabajo, y una ira contenida que quiso desfogar con alguien a quien tropezó camino de la oficina. Estaba a punto de estallar. No soportaba la presión. Y lo que más angustia le despertaba era que se trataba de un cristiano.

Consideraba admisible una conducta depresiva y una sensación de fracaso en quienes no conocían a Jesucristo, pero no la justificaba en su propia existencia. “Los cristianos no podemos estar tristes” se repetía mientras iba por un vaso con agua.

Esa tarde no salió rumbo a la iglesia. No sentía ganas. Todo le parecía un engaño, como un montaje teatral en el que todos participan con una máscara y fingen estados de ánimo que no comparten en realidad. Llegó callado, se reclinó en un sofá, y con una sensación de enfado se perdió en la trama de una película que transmitían en la televisión.

¿Le ha ocurrido igual?

Pregúntese cuántas veces ha experimentado una situación como la del relato. Las circunstancias varían, pero la sensación es la misma. Es probable incluso que está decidido a renunciar a su vida cristiana. Considera que no vale la pena seguir adelante. Pero está equivocado. Nada determina, en ningún lado, que un creyente no atraviese períodos de crisis.

¿Las razones? Nuestra condición de seguidores de Jesucristo no nos exime de fallar. Por el contrario, es previsible que incurramos en errores dentro del proceso de crecimiento espiritual y personal.

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